miércoles, 11 de enero de 2012

Donde cambia la vida

Ella cambió aulas por alcobas; libros y asignaturas, por madrugadas de parrandas con sabor a alcohol. A veces pasaba hasta un mes y su madre desconocía su paradero. Su adolescencia se llenó de conflictos, de falsas ilusiones, amores problemáticos y sobre todo, de malas compañías.
 Cuando habla de esa época, Yarisleydeis, fija sus ojos en la distancia recordando el pasado que la trajo hasta la escuela de conducta Osvaldo Socarrás. Los detalles los deja en el silencio, pero la mirada esquiva y la voz temblorosa denuncian la crudeza de una vida que escogió con apenas quince años.
En este internado ha  encontradoun sentido diferente para sus días. Es aficionada al arte y canta en el grupo Impacto Juvenil perteneciente al centro.
Se destaca como una de las mejores en los talleres de artesanía, participa en los círculos de interés, en los matutinos, entre otros.
Allí continúa también los estudios de Belleza que inició en la enseñanza politécnica.
“Yo me siento otra persona, mi conducta es otra y espero no tener que volver a este tipo de escuela nunca más, cuando salga terminaré mis estudios y comenzaré a trabajar como una muchacha corriente, lo haré por mi mamá que lo merece, por mi hermanito que necesita un mejor ejemplo, y lo más importante, por mí.”
Como ella, 31 menores de edad con conductas antisociales que no llegan a constituir hechos de peligrosidad tratan de encontrar rehabilitación en este centro.
Con un claustro de  profesores del nivel de Secundaria Básica y Politécnico y especialistas como psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas, profesores de talleres, entre otros, ayudan a cada uno de estos menores a encontrar su sitio.
Al llegar, estos adolescentes recomendados por el Centro de Diagnóstico y Observación (CDO) y el Centro de Atención a Menores (CAM) donde existe un personal del Ministerio del Interior (MININT) y del Ministerio de Educación, son atendidos directamente conjuntamente con cada familia.

UNA LEY PARA LOS NIÑOS CON NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES
En el pasado siglo, se promulga una Ley Especial para el tratamiento a los menores con trastornos de la conducta, incluidos aquellos que comenten hechos tipificados por la Ley como delitos, el Decreto Ley 64 del 30 de diciembre de l982, que estableció el Sistema de Atención a Menores con trastornos de conducta, siendo una de las conquistas más significativas de nuestra Revolución, en materia de minoridad
Con esta legislación se logró en primer lugar sustraer a los menores de edad de la esfera de competencia del Derecho Penal y considerar  los hechos delictivos como conductas, siendo lo principal la reorientación al conocer las causas, problemas de personalidad, limitaciones, desarrollo intelectual, instrucción escolar y prepararlos para su  integración social.
Este Sistema de Atención a Menores tiene un carácter eminentemente educativo, respaldado por una legislación ágil y flexible, donde la investigación y obtención de las evidencias de la comisión de los hechos, constituye un  aspecto a considerarse dentro de la conducta del menor, preocupándose en igual sentido por las causas que lo motivaron.
LA MANO QUE AYUDA
En este centro educacional encuentran un hombro en quien llorar y personas dispuestas a darle una nueva oportunidad de reincorporarse en la sociedad siendo  mejores ciudadanos.
Amarilis Muñoz Socarrás, defectóloga  con más de dieciocho años de labor en esta escuela se seinte útil en cada jornada: “me gusta mi trabajo con estos niños con trastornos en la conducta, me satisface poder ayudarlos en el cambio de su modo de vida, en su forma de expresarse. Aquí muchos llegan muy rebeldes y salen superados. Recuerdo con cariño una estudiante que salió recientemente que llegó con una conducta inapropiada, rebelde, gesticulaba al hablar, no medía distancias al comunicarse con las demás personas, tenía incluso malas relaciones con su madre y aquí se convirtió en otra persona.
Una llega a tomarle cariño, son adolescentes con problemas, que tienen muchos conflictos internos pero que se pueden moldear, trabajar con ellos. Actualmente yo tengo muy buenas relaciones con muchos de los egresados, incluso, nos llamamos por teléfono en ocasiones.”
Llegan la mayoría con miles de laberintos internos, con la rebeldía de la adolescencia sumado a conflictos heredados de familias disfuncionales, conductas moldeadas por malas compañías y conceptos errados de valentía y hombría. Allí encuentran herramientas, personas que no juzgan y ayudan y sobre todo una nueva oportunidad.



El bebé que le niegan a Adriana

A Adriana le prohíben sentir el roce de unas manitas diminutas entre las suyas, el peso tibio a un pequeño pie descalzo que aún no ha aprendido a caminar. Su reloj biológico va marcando el paso del tiempo con un ruido ensordecedor y su vientre sigue vacío, sus labios ávidos de ese beso.
Cuánto querría que una semilla de los dos germinara en su interior, cómo lo amaría, tanto amor guardado sin poder darse. Tantas ganas frenadas por la negación de una visa.
En las noches antes de dormir cierra los ojos e imagina el pequeño rostro, tendría la sonrisa de Gerardo Hernández, y su carácter, sus ojos y la copiosidad de sus cejas.
Adriana no comprende por qué arremeten contra ella, tanto odio acumulado durante más de cincuenta años ha transformado su vida, se siente impotente pero no llora, su esposo necesita que sea valiente.
Más de veinte años de casados, un matrimonio diferente, en la distancia. A ellos los ha unido durante estos trece años de encarcelamiento a Gerardo la imaginación y la creatividad.
Cómo quisiera volver a sentir sus labios bajo aquel frondoso framboyán de la finca de su tío en el que Gerardo grabó sus nombres. En ocasiones, cree sentir aquel olor de campo y aire liviano de poesía y amor brindado.
Para no sentir tanta soledad a veces imagina que él está en el hogar, por eso cada cumpleaños prepara la cama con sábanas limpias porque sabe que a él le gustaba ese olor, y se abraza a su almohada, con ganas de dar ese abrazo contenido durante tanto tiempo.
Existen ocasiones que queda parada en cualquier rincón de La Habana y se imagina de su brazo, o recuerda algún beso plantado en alguna esquina.
A veces, siente mucha nostalgia y no puede evitar las lágrimas en su rostro, pero recapacita, se seca con sus dedos temblorosos porque sabe que hay que resistir, tanto como lo hace Gerardo desde la prisión injusta que le han impuesto.
Ella cree que este amor es corriente, normal, pero en lo más profundo sabe que se ha convertido en trascendental. Es un amor que ha vencido los obstáculos, las fronteras, los barrotes. Que se alimenta de llamadas telefónicas, cartas, fotos, recuerdos, y por encima de todo, de esperanzas.
A este sentimiento le teme el gobierno norteamericano, por eso ha tratado de opacarlo, de torturarlo, de aplastarlo, pero se ha mantenido firme a tantas inclemencias.
Adriana Pérez desearía un hijo, la espera dolería menos y la vida cambiaría el matiz. Todavía está a tiempo. Ella continuará luchando, convirtiendo la voz silenciada de su esposo en la propia y reclamando justicia en cada tribuna. Seguirá así, sin claudicar, aunque pasen los años que marquen su rostro, esperando con muchas esperanzas.